Tres generaciones de mujeres que buscaron un futuro mejor en el extranjero
Por Susana Barón
15 de agosto de 2024
Cuando mi madre, Margarita "Carmen" Echtermeier, y mi abuela, Else Schwersenz, embarcaron en el Lipari desde el puerto de Hamburgo el 15 de junio de 1938, no sabían que, apenas unos meses después, su huida de la Alemania nazi y el posterior Holocausto habrían sido casi imposibles.
Mi abuela procedía de una familia judía de Berlín y se casó con un chileno que vivía en Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial, ambos se trasladaron a Copenhague, Dinamarca, en busca de un futuro mejor. Allí nació mi madre en 1917.
De Copenhague a Buenos Aires
Las coloridas casas que bordeaban el río Nyhavn, el puerto encantador y las calles empedradas no bastaban para aliviar el sentimiento de nostalgia de mi abuela. Así que cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Else y su marido volvieron a Berlín con mi madre.
De vuelta en Berlín, mi abuela se separó de mi abuelo y abrió una tintorería y una tienda de reparación de ropa. Allí, Else y Carmen vivieron juntas hasta 1938.
Al poco tiempo, ambas empezaron a darse cuenta de que la situación de los judíos en Alemania empeoraba bajo el régimen de Hitler.
Mi madre, que entonces tenía 19 años y trabajaba como secretaria y costurera para un conocido diseñador de ropa, empezó a presionar a mi abuela para que buscara seguridad en el extranjero. Tenía la sensación de que las cosas solo irían a peor.
Mi abuela se resistió al principio, llorando cada día ante la idea de dejar atrás su amado Berlín y a su anciana madre. Pero mi madre tomó cartas en el asunto. Fue a la embajada chilena y consiguió pasaportes chilenos para ella y mi abuela. Tras conseguir un visado de entrada en Argentina, estaban casi listas para partir.
Pero tenían un problema urgente. ¿De dónde sacarían el dinero para el viaje?
El gobierno nazi cobraba elevados impuestos a los judíos que deseaban emigrar y obligaba a muchos de ellos a dejar sus bienes en Alemania. Las barreras financieras a las que se enfrentaban si se marchaban hacían que todo pareciera imposible, hasta que mi madre se puso en contacto con HIAS (conocida como HICEM en aquella época). Al cabo de unas semanas, durante las cuales el personal de HIAS confirmó la herencia judía y la situación financiera de nuestra familia, recibieron dos billetes para embarcar en el barco que las transportaría a la seguridad y la libertad.
HIAS cubrió sus gastos de transporte de Berlín a Hamburgo y les alojó en un hotel donde esperaron a partir a la mañana siguiente. HIAS también les proporcionó algo de dinero para el viaje, para que pudieran pagar la comida y otras necesidades cuando el barco hiciera escala en distintos puertos.
Un mes y medio después, el 20 de julio de 1938, Else y Carmen llegaron a su nuevo hogar, Buenos Aires. Aunque entonces no lo sabían, apenas escaparon de la Kristallnacht, de las restricciones más severas impuestas a la salida de judíos de la Alemania nazi y del Holocausto.
Fue aquí, en Buenos Aires, donde nací yo en 1944. HIAS fue la salvación de mi abuela y mi madre: de no haber sido por HIAS, ellas no estarían aquí hoy y probablemente habrían sido asesinadas en la Alemania nazi.
De Buenos Aires a Santiago
Hoy vivo una vida feliz y plena en Santiago de Chile, adonde me trasladé tras conocer a mi marido, Arie Baron. Tras llegar a Santiago, empecé a trabajar en el negocio familiar de mi marido, y también escribí dos libros sobre la historia de mi familia.
A mi madre también le encantaba escribir y era un alma bohemia, un espíritu libre inspirada por su nueva vida en la hermosa ciudad de Buenos Aires. Más tarde, cuando ya era mucho mayor, se trasladó a Chile para estar más cerca de mí y se trajo su máquina de escribir. Cuando llegó a Santiago, se sumergió en la escritura, tecleando página tras página la historia de su vida.
Ahora, yo continúo su legado. Mis dos libros, "Un faro en las tinieblas" y "Una travesía al pasado" son un testimonio de todo lo que mi madre y mi abuela construyeron, a pesar de las dificultades que atravesaron. Escribo todos los días, y escribir me aporta una sensación de paz y satisfacción.
Gracias a HIAS, puedo escribir esta historia. Las palabras de las páginas de los libros que escribí ahora pueden pasar a mis hijos, a mis nietos y, con suerte, a mis bisnietos algún día.