Los refugiados olvidados de Darfur

Por Rachel Levitan, Vicepresidenta Asociada de Programas Mundiales, Estrategia y Planificación

Los refugiados olvidados de Darfur

Niños en el campo de refugiados de Am Nabak, Chad. Enero de 2015.

(Rachel Levitan/HIAS)

"Los jóvenes de este campo sufren muchos problemas, algunos tienen solución y otros no".

Así empieza la lista de peticiones que me entrega el responsable del comité juvenil del campo de refugiados de Am Nabak, en el este de Chad. El joven que me entrega esta lista aprendió inglés en Sudán, y es uno de los más de 300.000 refugiados sudaneses que viven en los campos de refugiados del este de Chad desde hace casi 10 años. Su lista para los jóvenes del campo incluye balones de fútbol, instrumentos musicales e incluso televisores para ver deportes, pero también una petición para aprender inglés, francés e informática y, lo que es más conmovedor, ayuda para los jóvenes discapacitados.

¿Qué podía decirle a este joven que deseaba mucho más de lo que la vida en un campo de refugiados podía proporcionarle a él y a sus amigos? Sentado con él en un viejo edificio, con estanterías escasamente forradas de tomos con el sello "Libros para África" en sus lomos, solo podía decirle lo que sabía: ninguna de las agencias de ayuda internacional, como la agencia de la ONU para los refugiados o HIAS, tiene los recursos para los refugiados sudaneses que tenían hace unos 10 años, en el punto álgido de la crisis de Darfur. Y, con las crisis en Siria, Irak y Ucrania produciendo refugiados a niveles récord, la atención y el dinero de los donantes se están dirigiendo a otra parte.

Así que le dije lo que pude: que teníamos que trabajar juntos para encontrar soluciones que les dieran a él y a sus amigos la oportunidad de un futuro real; que teníamos que pensar fuera de la caja -fuera del campo- para hacerlo realmente; que teníamos que desarrollar formas para que su comunidad se integrara localmente si no podían volver a casa, a Sudán.

El trabajo de HIAS en Chad no es fácil. Los campos en los que trabajamos se encuentran en lugares remotos, lo que obliga a algunos miembros del personal a viajar una hora en cada dirección, por carreteras polvorientas y llenas de baches, acompañados por escoltas de seguridad, para llegar hasta los refugiados. Cada día nuestro personal se reúne y forma a organizadores comunitarios que vigilan la violencia de género; identifican y ayudan a los refugiados vulnerables, como ancianos, personas con discapacidad y niños no acompañados; potencian los centros de mujeres y fomentan el diálogo entre los refugiados sudaneses y las comunidades locales chadianas. Todo ello en un contexto de reducción de raciones y recursos alimentarios.

Nuestro próximo reto es trabajar con los refugiados sudaneses para construir vías de autosuficiencia fuera de los campos de Chad. Esto significa desarrollar modelos de oportunidades económicas significativas que no sólo beneficien a los sudaneses, sino que también ayuden a los chadianos. Es un reto enorme, pero diez años después de la crisis de Darfur, con la continuación del conflicto en Sudán del Sur y con los fondos de los donantes destinados a crisis de refugiados mayores y más acuciantes, es nuestra única opción real.

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