Una sola máquina de coser enhebra generaciones de refugiados

Por Matt Schiavenza

Una máquina de coser Kenmore-3

Esta máquina de coser, comprada originalmente por una familia de refugiados en Venezuela en la década de 1970, es utilizada ahora por violencia basada en género personas sobrevivientes . (Raquel Nuchi/HIAS)

Para contar la historia de HIAS, se podría hablar largo y tendido sobre nuestros más de 130 años de historia, nuestro trabajo en más de 20 países, nuestra gama de programas y los millones de refugiados y desplazados que han encontrado seguridad gracias a su asociación con nosotros.

A veces, sin embargo, la historia de HIAS puede contarse a través de un simple objeto. Como una máquina de coser.

El pasado mes de agosto, un equipo de HIAS en Coro, ciudad de la costa venezolana, organizaba un taller para personas sobrevivientes de violencia basada en género junto con ACNUR. Estos talleres son un componente esencial del trabajo de HIAS en el país: las mujeres que aprenden habilidades profesionales, como la costura, pueden obtener el empoderamiento económico suficiente para escapar del ciclo de la violencia.

Una escuela judía de Caracas con la que está afiliada HIAS quería obtener un disfraz de cuento de hadas como parte de una lección sobre valores judíos. Sin embargo, la escuela no podía permitirse comprarlo. Así que se llegó a una solución: Los participantes en el taller de Coro podían coser ellos mismos el disfraz. Un donante proporcionó tela, botones y 44 kits de costura, uno para cada una de las mujeres del taller. El traje que produjeron fue un gran éxito e inspiró a Raquel Nuchi, coordinadora de participación comunitaria de HIAS para América Latina y el Caribe, a buscar otras formas de promover la costura como herramienta de empoderamiento.

Nuchi se enteró de una venta de bienes en Caracas cuyo propietario estaba dispuesto a donar ciertos artículos a HIAS. Este tipo de ventas son típicas en la capital venezolana, donde un gran número de personas han abandonado el país en busca de seguridad y estabilidad económica en otros lugares. Uno de los artículos disponibles era una máquina de coser robusta y funcional, perfecta, pensó Nuchi, para construir el taller de Coro.

Resultó que no era una máquina de coser cualquiera. Había pertenecido a una familia a la que, más de medio siglo antes, HIAS había reasentado en Venezuela en un momento muy diferente de la historia.

Alumnos y profesores de una escuela judía de Venezuela posan con un disfraz producido por personas sobrevivientes de violencia basada en género.

Estudiantes del Talmud Tora Sinai posan con una persona vestida con un traje tradicional "Aloni" en Caracas, Venezuela. El traje fue elaborado por personas sobrevivientes de violencia basada en género en un taller organizado por la oficina de HIAS en Coro, Venezuela. (Angel Granda para HIAS)

La máquina de coser, una Kenmore 92, fue adquirida a plazos por Isaac Roditi Strugo como regalo para su esposa, Suzanne Roditi Bousso, a principios de los años setenta. Los Roditi, una familia judía, eran nativos de El Cairo y tipificaban el carácter cosmopolita de la ciudad en aquella época: La familia de Isaac procedía de Turquía y la de Suzanne de Siria. Su hijo mayor, Leon, nació en 1947. Recuerda que creció en un entorno multilingüe: sus padres hablaban francés; otros miembros de la familia hablaban italiano o español, además de árabe egipcio.

En 1956, la invasión israelí de Egipto durante la crisis de Suez puso en peligro a la población judía de El Cairo. Los Roditis, que carecían de documentación oficial a pesar de su arraigo en Egipto, decidieron huir. Pasaron un año incierto en Suiza, seguido de una breve estancia en Francia. Allí conocieron a HIAS, que ayudó a la familia a establecerse en Venezuela.

En la posguerra, la nación sudamericana contaba con una pequeña pero próspera comunidad judía. León describe estos años como idílicos: una oportunidad para que su familia prosperara en un entorno seguro y acogedor. "Encontré muy poco antisemitismo en Venezuela entonces", recuerda León Roditi. "Incluso menos que el que encontré en Estados Unidos".

Pero el deterioro de la situación política y económica a finales de los noventa cambió ese statu quo. León, ingeniero de sistemas de aire acondicionado durante muchos años, "siempre había tenido un pie en Estados Unidos". En 2002, se trasladó definitivamente a Florida. Su hermana Lucy se iría siete años más tarde, y aunque su hermana Lina fue la que más tiempo se quedó, en 2020 ella también abandonó Venezuela, lo que hizo necesaria la venta de bienes con la que se encontró Nuchi.

La máquina de coser seguía siendo una belleza. Pero Lina, que había heredado el aparato tras la muerte de sus padres, hacía años que no la utilizaba. No había garantías de que siguiera funcionando.Nuchi la llevó a un especialista, que quedó maravillado: "Ya no se ven aparatos como éste", dijo. La máquina necesitaba un par de piezas de repuesto, dijo, pero por lo demás estaba en perfecto estado y lista para su próximo dueño.

"Siempre digo que trabajar en HIAS ya no es sólo un trabajo para mí".

Raquel Nuchi, Coordinadora de Participación Comunitaria para América Latina y el Caribe, HIAS

La nueva propietaria es Silvia María Ramírez. Nacida en Colombia, Ramírez y su marido se refugiaron en Venezuela después de que su hijo fuera reclutado a la fuerza por un grupo guerrillero y posteriormente asesinado. Cuando HIAS Coro le habló de los orígenes de la máquina de coser, Ramírez se sintió muy conmovida. Desde entonces se ha refugiado en la máquina y la considera una vía de escape de emociones dolorosas. "Además de proporcionarme un medio de vida, la máquina de coser me ha permitido olvidarme de mis problemas", afirma.

León Roditi se mostró igualmente satisfecho.

"Mis hermanas y yo sentimos un gran propósito al estar conectadas con HIAS y con otros", dijo. Regalar la máquina de coser a HIAS para que pudiera utilizarse en el taller "fue un pequeño agradecimiento [por] la ayuda que recibimos de HIAS."

Una vez que se corrió la voz sobre la máquina de coser, Nuchi dijo que los donantes han proporcionado cuatro máquinas más. La experiencia le recordó por qué se dedica a esto.

"Siempre digo que trabajar en HIAS ya no es solo un trabajo para mí", dijo. "Me ha enseñado la importancia de perseverar por la protección, la defensa y el apoyo de todos los refugiados y desplazados del mundo".

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